Más piezas de Maupassant
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "La Vendetta y otros cuentos de horror", de Guy de Maupassant
No hay nada de ese terror materialista que durante su lectura (abril de 1998) busqué en La vendetta y otros cuentos de horror. Pero la calidad de los relatos reunidos en este texto me hace caer en la perogrullada de calificarlos de magistrales. Para ir más allá de lo consabido y que estos apuntes sobre otra de las impagables selecciones de Maupassant, llevadas a cabo por Esther Benítez para Alianza Editorial -la primera edición en el Libro Amigo data de 1979-, tengan algún interés para el lector de esta bitácora avezado en el gran cuentista francés, llamaré la atención sobre cómo Maupassant subvierte uno de los asuntos más asociados al cuento: la fantasía.
Desde esos animales protagonistas de las fábulas -acaso los primeros cuentos que no son dados- que reproducen los comportamientos humanos, hasta las Ficciones de Borges, pasando por las hadas, los monstruos, los seres imaginarios en general y los territorios míticos en particular, el cuento está tan estrechamente ligado a la fantasía como la poesía a la lírica.
Muy por el contrario, en las páginas sobre las que escribo, Maupassant se limita a esa reproducción brutal de la realidad que tanto estimo en la literatura. "La dicha no tiene historia", escribe Balzac en Esplendores y miserias de las cortesanas. Por eso todos los cuentos acaban cuando sus protagonistas "fueron felices y comieron perdices". La desgracia, por el contrario, tiene mucho que contar. El gran Guy de Maupassant da buena prueba de ello en la lectura que vengo a recordar.
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La vendetta, el texto que da título a la selección, cuenta la historia de una madre siciliana cuyo hijo es asesinado.
Dado que la mujer no tiene otra forma de vengarse, decide hacer pasar hambre a la perra del difunto -Pizpireta- y poner una morcilla al cuello de un "hombre de paja", sobre el que suelta al animal enfurecido.
Cuando Pizpireta ya está adiestrada en dicha práctica, la madre va a la isla donde se ha escondido el asesino de su hijo para matarle de esta manera.
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Denis, la narración que más se aproxima a ese terror materialista que yo venía buscando, da cuenta de cómo el señor Marambot es acuchillado por Denis, su criado. El sirviente cree que Marambot tiene cierta cantidad de dinero. No obstante, advertido por su víctima durante la agresión de que no ha recibido la suma que esperaba, el criado recapacita. Asustado del acto que ha estado a punto de cometer, se esfuerza por curarle hasta su total restablecimiento.
Marambot agradece los cuidados y se deja hacer a la espera de denunciar a Denis a la mínima oportunidad.
Sin embargo, el criado es detenido por el robo de dos patos. Creyendo que ha sido Marambot su denunciante, le reprocha que haya faltado a su palabra de no entregarle a la Justicia. Lo hace además delante de los gendarmes que se lo llevan, con lo que él mismo se delata.
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Hay en Denis una reflexión que va del falso perdón a la ingratitud. En El huérfano se abunda en los dos asuntos. Aquí se propone la experiencia de un niño sin padres, criado por una mujer a la que acabará matando.
No obstante su abominación, el execrable asesino está dotado de una simpatía que le llevará a convertirse en alcalde del pueblo. Falsedad y simpatía -hipocresía, léase- he ahí dos de las características indispensables para el ejercicio de la política. Ayer igual que hoy.
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Si damos por sentado que el cuento es fantasía, estos de Maupassant reunidos en torno a La vendetta son narraciones. La de La pequeña Roque nos refiere la historia de otro despreciable gestor público: el autoritario alcalde de una población rural que viola y asesina a una adolescente del lugar.
Al cabo de los meses, cuando ya se ha dado por cerrado el caso, la conciencia le agobia y resuelve suicidarse. Para que todo quede aclarado, dirige una carta al juez en la que pone al corriente de sus delitos.
Arrepentido en el último momento, decide volver sobre sus pasos. Pero ya es tarde, la misiva está echada y el cartero se niega a devolvérsela. Ante este panorama, al regidor no le queda más remedio que quitarse la vida.
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Châli alude al nombre de una niña cautiva en el harén que un príncipe de la India, despótico y exagerado, ofrece a su visitante europeo. Prendado éste de la pequeña, al partir la obsequiará uno de los objetos que, a su vez, le han sido regalados a él por el tirano. Ello dará lugar a que en la corte se crean que la muchacha lo ha robado y, en consecuencia, sea ejecutada. Hasta la compasión -que la llamábamos antes de la dichosa solidaridad- puede ser generadora de desgracias en ese universo del Maupassant más apesadumbrado. Universo que no es otro -he de insistir- que la reproducción brutal de la realidad.
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El resto de los relatos aquí reunidos pueden dividirse en tres epígrafes:
- i. Crímenes pasionales
- ii. Revelaciones en el lecho de muerte
- iii. Bastardía.
Al primero de ellos habría que adscribir Confesiones de una mujer. Su protagonista nos cuenta cómo decidió ser infiel a su marido. Lo hizo después de que éste la obligará a presenciar cómo mataba al amante de la doncella creyendo que era el suyo.
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Un drama verdadero es la historia de dos hermanos que aman a la misma joven. El elegido por la muchacha será el mayor. Pero unos días antes de la boda, aparecerá asesinado en un camino sin que el criminal deje más pruebas que unos versos "el final de una canción", escritos en un papel utilizado "como taco de la escopeta".
Al cabo de los años, casado el hermano menor con la que hubiera debido de ser esposa del mayor, el asesino desposa a su hija con el hijo de uno de los magistrados que llevaron la instrucción del antiguo crimen. Celebrando el convite nupcial, el hermano menor, el asesino, entona de los versos de la canción de antaño, con lo que él mismo se delata ante su consuegro.
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El amor, como cualquier otra actividad humana, también tiene su lado miserable, que Maupassant retrata de forma meridiana.
Sin embargo es ésta una idea de la que se aparta, para solaz de los románticos a ultranza, en Una viuda. La mujer que protagoniza esta pieza, acaso una luz entre esos horrores de las miserias humanas que sí entrañan estas páginas, en realidad no es viuda. Pero decidió guardar luto de por vida por un muchacho de doce años, que se suicidó de amor por ella, a la sazón algo mayor que él.
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El borracho nos devuelve a esos alcohólicos que protagonizan algunas piezas escritas por Poe cuarenta años antes. En este caso es el hermano del amante quien invita a beber al marido engañado, que en esta ocasión responde al nombre de Jérémi.
Cuando Jérémie vuelve a casa enajenado por el licor, siente que alguien se escapa. Como su mujer no le dice quién es el que acaba de huir, la mata a golpes antes de caer desfallecido sobre la cama.
Al día siguiente, al despertar. descubre que ha dormido junto a un amasijo de carne y sangre.
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El primero de los cuentos titulado La confesión entra de lleno entre los que se podrían reunir bajo Revelaciones en el lecho de muerte. Narra la declaración de Marguerite, una mujer que ha hecho "llorar a muchos ojos". Pero también ha sido abnegada hasta el punto de haber compartido el luto que su hermana mayor decidiera llevar de por vida a raíz de que su prometido muriera repentinamente a pocos días del "fijado en las capitulaciones".
Pues bien, estando a punto de expirar, Marguerite confiesa que fue ella quien mató a su futuro cuñado, envenenándole con polvo de cristal. Luego, arrepentida, decidió compartir con su hermana el destino que ella misma le había buscado.
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Morion es un maestro de escuela acusado de las extrañas muertes de algunos de sus alumnos. Pero será salvado del verdugo por el director de la prisión, que comienza a creer a pie juntillas en su inocencia después de que el capellán del establecimiento le convenza de ella.
Estando ya en trance de muerte, Morion llama a su benefactor para confesarle que en verdad fue él el asesino y que obró despechado por la forma en que Dios se llevó a sus tres hijos. Volvemos de nuevo a ese Maupassant que desprecia la compasión.
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La segunda Confesión, de las dos piezas aquí reunidas con dicho título, podría incluirse entre las piezas dedicadas a la bastardía. Aunque de este antiguo problema no queda ni rastro en nuestros días, era una auténtica vergüenza en los de Maupassant.
En esta ocasión, el autor nos presenta a un padre que le cuenta a sus hijos cómo abrió la ventana para que el frío matara al bebe que engendró con una amante que tuvo antes de conocer a su legitima esposa.
Apunta Esther Benítez en el prólogo que la bastardía es un problema que preocupa mucho a Maupassant durante la redacción de estos textos puesto que él mismo, a la sazón, ha engendrado algunos hijos ilegítimos.
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Un parricida hace referencia al dilema que se plantea en un juicio. El encausado es un hombre que mató a sus padres. El parricida se justifica ante el tribunal dando noticia de cómo sus progenitores le abandonaron cruelmente por ser hijo ilegítimo.
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Por último, El olivar -uno de los mejores textos seleccionados- trata sobre un antiguo crápula, Vilbois. Tras haber corrido sus juergas de joven, ofendido por que su amante lo es también de un amigo, lo abandona todo para hacerse cura en un tranquilo pueblo.
Al cabo de los años, un ex convicto se presenta ante el cura confesando ser su hijo. Al religioso no le queda más remedio que rendirse ante la evidencia. Para sorpresa de su criada, que recela de la mala catadura del recién llegado, el cura le invita comer y a beber opíparamente. Ahora bien, por la noche, cuando los vapores del alcohol duermen al bastardo, Vilbois se suicida.
A la mañana siguiente, su cadáver es encontrado junto a su hijo. Detenido este último como culpable, el sargento de los gendarmes y el alcalde coinciden en pensar que el hijo no pudo escapar de lo borracho que estaba. A nadie se le ocurre que "el padre Vilbois hubiera podido darse muerte".
Publicado el 12 de octubre de 2011 a las 23:30.